viernes, 4 de junio de 2010

Ser mujer en Siria

Por Nadia Galán

Nourah nació en Siria, un país con costumbres distantes a la liberación femenina de occidente, tanto en la vida pública como en la íntima. Su padre la vendió a un árabe que la trajo a la Argentina. Después de ser golpeada durante años, abandonó su hogar con sus hijas y reconstruyó su vida. Creyó que aquí las leyes y derechos la ampararían, sin embargo le sacaron sus hijas y aun lucha por recuperarlas.


Siria es un país árabe de Medio Oriente, ubicado a orillas del mar Mediterráneo. Limita con Israel, Líbano, Jordania, Irak y Turquía. Para realizar un paralelismo con Argentina, cuenta con una superficie algo inferior a la provincia de Río Negro, pero con una población similar a la de Buenos Aires.

Nourah nació en un pequeño pueblo agricultor del oeste de Siria. Fue la antepenúltima hija de siete hermanos, de los cuales únicamente dos fueron mujeres. Tarea algo difícil en esas tierras, ya que son tratadas como objetos de la posesión de los hombres de la familia. Su padre fue muy severo con ella y con su madre. Agachar la cabeza y obedecer eran las únicas leyes que regían bajo ese techo.

“Mis padres se casaron sin querer hacerlo. Ellos eran primos y mi mamá había quedado al cuidado de mi abuela paterna porque sus padres habían muerto casi el mismo día. Mi abuela les pidió que se casaran, y mi madre no pudo negarse porque tenía 14 y mi papá 31, más o menos, porque en esos tiempos no existían los documentos de identidad por lo que mi mamá no sabe con certeza qué edad tiene y no sabe leer ni escribir. Cuando se casaron, mi papá se emborrachó tanto porque no quería esa unión, que maltrató a mi madre durante los tres días que duró el festejo. Mi papá era muy machista y malo, porque le pegaba a mi mamá”, reconstruye su historia Nourah.

El maltrato hacia la madre de Nourah se repetiría en ella. Aunque sus hermanos también sufrían la mano dura de su padre, resultó mucho más perjudicial para las mujeres. El patriarca de la familia tomaba decisiones arbitrarias, que la familia debía acatar. Una de ellas fue mudarse de una vida con comodidades a otra plagada de carencias, tan sólo por un capricho. “Vivíamos en un pueblo y teníamos un quiosco en casa. Estábamos muy bien y sacábamos dinero como para vivir tranquilos. Pero un día a mi papá le agarró la locura, y nos mudamos a otro lado que quedaba a unas 15 cuadras donde no teníamos luz, agua, baño ni cocina. Vivimos sin nada durante seis años. Era un terreno baldío en donde tuvimos que edificar la casa, entre mi mamá y yo, que para ese entonces tenía 6 años”.

El padre seguía maltratando a la madre, situación que sus hermanos ya no podían resistir. “Mis hermanos se terminaron yendo, cansados de la violencia. Una vez que se fueron, no los dejó entrar a nuestra casa ni que habláramos con ellos. Cuando ellos se fueron yo tenía 14 años y tuve que trabajar la tierra como un varón. A las tres de la mañana levantar bolsas de naranja y llevarlas al hombro unas 20 cuadras hasta una carretera donde pasaban los autos, y de ahí íbamos con mi mamá a venderlos al pueblo. Había un lugar en donde se reunían todos que era similar al mercado central de acá. Cuando volvíamos y mi mamá traía poca plata, mi papá le pegaba porque había vendido las frutas más baratas. Como no teníamos herramientas para trabajar la tierra, tenía que removerla con un rastrillo. A las 5 de la mañana había que regar los árboles de naranja, limones, y otros que teníamos en el campo. Mi papá no trabajaba, no hacía nada, solo nos miraba y nos dirigía. Cuando hacíamos las cosas mal, nos gritaba o nos pegaba”. Nourah lo cuenta como si hiciera sólo horas que terminó de regar el último naranjo.

Si Nourah y su madre pensaban hacer una maniobra fuera de las reglas impuestas por el jefe de la familia debían hacerlo sin que se diera cuenta, si no la reprimenda era inolvidable. “Nosotras no podíamos tener nada: ni ropa, ni estudios, ni visitar a mis primas. Me sentía una basura. Mis amigas estaban bien vestidas y maquilladas y se la pasaban sentadas en su casa mientras yo tenía que trabajar como un hombre. Y eso era muy malo, socialmente estaba muy mal visto. La gente nos miraba mal. Muchas veces mi hermano más chico nos pasaba plata, sin que mi papá se diera cuenta. Otra de las cosas que hacíamos para conseguir dinero era pasarle a mi papá la venta de, por ejemplo, ocho bolsas de naranjas cuando en realidad habíamos vendido diez. Las mujeres allá no tienen vida: debían hacerle caso a los hombres porque sino te pegaban y no eran golpes así no más. Una amiga mía murió a los 18 años porque el hermano le pegó con la culata del arma por no hacerle caso".

Algo de lo que se alegra haber vivido fue su paso por la educación. “Siempre fui a la escuela, me gustaba estudiar y terminé la secundaria. Después quise estudiar otra cosa, pero mi papá no me dejó porque tenía que trabajar la tierra. A la mañana estudiaba y a la tarde o noche trabajaba”.

La educación militar es una materia más en las escuelas sirias. “A los 6 años te enseñan a armar y desarmar armas, es solo para saber defenderte de ataques exteriores porque generalmente no hay robos en mi país porque si robas directamente te matan. Mi hermano estaba en un bar con su señora y se había pasado de copas. Otro hombre halagó a su mujer y él empezó a romper algunas sillas. Lo metieron preso diez años. Además, los hombres a sus 18 años deben hacer dos años de servicio militar obligatorio y si se desata una guerra deben ir a formar parte del frente sin objeción”.

Como no podía ser de otra manera, a Nourah le llegó el amor, pero en su tierra no se le puede hacer caso simplemente al corazón. “Cuando iba a la escuela yo estaba enamorada de un compañero. Mi mamá sabía pero mi papá no, porque a él no le gustaba el chico, quien me mandaba saludos a través de mi mamá. Parece que en algún momento se enteró y me prohibió que me acercara a él porque sino me mataba. Allá si te gusta un chico sólo podés hablar con él, no podes acercarte mucho ni darle besos. Nada que ver a como es acá. Allá tenés que esperar al casamiento porque si no te casas virgen, te matan”.

El padre de Nourah tenía otros planes: estaba esperando una buena oferta por su hija, y ante la primera que recibió, no dudó en entregarla. “Un hijo de árabes nacido en Argentina, fue a visitar Siria y lo albergaron en la casa de un familiar nuestro. Cuando él llegó, yo justo estaba en esa casa porque había ido a visitar a mi prima y él dijo: 'esa chica me gusta'. Entonces la cuñada de mi prima, le contestó que si le ofrecía algo de plata al padre seguramente 'agarraba', porque le gustaba mucho el dinero. Fue inmediatamente a ver a mi papá, le dio 2 mil dólares y mi papá me mandó con él a la Argentina sin preguntarme, obviamente, qué quería yo”.

Este hombre había ido a Siria a pedir la mano de unas cinco chicas, pero ninguna aceptó y después ofertó esa cantidad por Nourah. “Yo me enteré de todo esto porque mi prima me lo contó. No lo podía creer. Mi mamá no pudo decir nada y las dos, al despedirnos, lloramos como locas porque yo no me quería venir. Me quería quedar con mi mamá y con ese chico”.

Era el año 1996 y Nourah tenía 22 años y su esposo, 40. Luego del pago, permanecieron en Siria dos semanas más para tramitar los papeles correspondientes. “Me la pasé llorando porque no quería abandonar a mi mamá. Cuando el chico del que estaba enamorada se enteró que me iba, me dijo: 'me dejás solo. Espero que te vaya bien'. No se imaginan cómo lloraba”.

A ella no le iba a ir muy bien como le deseó ese gran amor que dejaba en su tierra natal, pero peor suerte corrió él. “Mi mamá me contó que este chico murió en la guerra de Irak contra Estados Unidos. Lloré mucho por su pérdida”. Su padre dormía con el dinero en el bolsillo y, dos meses después de la partida de su hija a la Argentina, falleció de un ataque cardíaco.

“Cuando vine para acá, no sabía nada, no conocía las costumbres ni el idioma. Apenas entré a la casa, empezó a tener problemas con su madre y su hermano. Estuve un año peleando con ellos y hasta ese momento, el padre de mis hijas me defendía. Mi cuñado estaba celoso porque son gemelos y él no podía conseguir a una mujer. Es raro que tengan esa edad y no tuvieran esposa, pero me di cuenta de que era por su carácter y porque no consiguieron un pelotudo como mi papá que aceptara tan poco dinero”.

El punto límite fue cuando Nourah decidió no permitir más golpes, entonces no sólo fue apaleada por su cuñado con mayor dureza, sino que su marido comenzó también a golpearla. “Me pegaba por cualquier cosa, hasta delante de mis amigas y de mis hijas”.

A los dos meses de pisar suelo latino, Nourah quedó embarazada por primera vez, y a los seis de dar a luz por segunda oportunidad. “No quería tener más hijos y él una vez me obligó, en realidad me dijo que si no teníamos relaciones no me daba plata para que comieran las nenas. Quedé embarazada nuevamente pero lo perdí a los pocos meses por su culpa, y no lo perdoné nunca más”, asegura.

“Después de pasar cuatro años en esa situación de maltrato y de no saber nada de nada, empecé a aprender castellano mirando la televisión porque nadie me enseñó”. Una amiga le enseñó que las cosas en nuestro país no eran como en el suyo, sino que aquí tenía derechos como mujer que debían ser respetados.

Un día, luego de ser nuevamente golpeada, recordó esas palabras y escapó con sus hijas. Hizo la denuncia, pero la policía sólo archivó la declaración y gracias a esa amiga consiguió una habitación en una pensión y un trabajo como moza en un café.

“Después empecé a trabajar en un pool y allí conocí a mi marido actual, Carlos. Nos enamoramos casi al instante y con él alquilamos una casa con un cuarto para las nenas”. Parecía que la vida iba a empezar a sonreírle definitivamente a Nourah, pero fue un espejismo. “Un día se apareció el padre de las nenas en nuestra casa y me pegó. Carlos al escuchar los golpes salió a defenderme, pero él se llevó las nenas”.

Estuve ocho meses sin verlas. “Iba a la remisería en donde trabajaba, me arrodillaba delante de todo el mundo y le pedía que me dejara ver a las nenas. Él se me reía en la cara y se iba”.

Después puso una abogada pero pasó mal mi dirección, por lo que nunca me llegaban las citaciones así que el juez le dio la tenencia provisoria a él. Busqué una abogada, le pagué 4 mil pesos y después me enteré que ella no presentó ningún papel con las denuncias policiales por violencia en su contra, porque el padre de las nenas le había pagado por su cuenta. Además presentó un testigo falso que atestiguó que yo le pegaba a las nenas y a él”.

Arreglaron un régimen de visitas acotado, de una hora por semana y en el estudio de la abogada. “Las nenas ni me hablaban, por el lavado de cabeza que les habían echo. Con el tiempo, puse otro abogado y consiguió que pudiera pasar más tiempo con las nenas. Las nenas empezaron a venir a dormir algunas noches a mi casa y cambiaron completamente la relación conmigo. Ahora me dicen que me aman”.

De a poco, Nourah va cosechando los frutos de su sufrimiento y lucha constante para salir adelante y tener una vida digna. “Me siento muy bien ahora, pero lo único que me falta es que las nenas vivan conmigo, ya que solo las veo dos veces a la semana. Aunque toda mi familia está en Siria y extraño mucho a mi mamá, con la que hablo casi todos los días, acá hace siete años que estoy con Carlos y pude armar una nueva familia. Mi suegra es como mi mamá y mi cuñada, mi hermana”.

Y es justamente, Elizabeth, su cuñada, quien deja la reflexión final: “Lamentablemente tenemos leyes que amparan a las mujeres, que declaran sus derechos como madre, esposa e hija, pero existen aún demasiadas trabas que no permiten que sean respetadas. Esperemos que esto llegue a cambiar y que algún día Nourah pueda sentir que en nuestras tierras se puede ser una mujer libre en todo sentido, con derecho a amar y ser amada y con sus hijas a su lado”.

(Revista Contá y Ganá Nº 10)

2 comentarios:

  1. Oh por Dios, pobre mujer, no puedo creer que viviendo en Argentina siga sufriendo así, lamento que la abogada que consiguió no la haya dado la ayuda suficiente. Yo soy abogada y me molesta tanto que existan ese tipo de profesionales que nos hacen quedar a todos mal parados. Y ni hablar de la justicia argentina.

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  2. Que lamentable caso, Dios las bendiga y las proteja de hoy en adelante.

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