Ya se fue. Concluyó. He pasado seis años y medio en esa institución y hoy soy Licenciada. No es poco. Esfuerzos, obstáculos, miedos, anhelos, esperanzas, amigos y el amor. Las huellas de este paso inolvidable por la Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
Ya puedo decir, con todas las letras, que soy Licenciada en Periodismo en forma legal, aunque el periodismo de la calle, el de todos los días, nunca se termina de aprender. Siempre algo nuevo, algo más. Eso es lo apasionante e interminable de la profesión.
Nunca dudé de que esto sería lo que quería estudiar. Amo escribir, amo contar, que me lean, investigar, averiguar, preguntar y conocer. Me atrae la profesión, con sus reglas, con sus débiles límites morales y ético, con su amplio mundo social.
Gracias. Primero y en forma general a todo aquel que se cruzó en mi camino y que me ha dejado algo. Positivo o negativo. Para aprender o para desechar. De lo malo también se aprende… y mucho. Para no repetir. Aquel Minuto que me aportó experiencia, rodaje e inolvidables colegas. Una Agencia que me abrió sus puertas para que ensaye mis primeras líneas publicables. Profesores que te recuerdan, te recomiendas, te dan una mano…
A mi mamá que estuvo siempre. Un pilar en mi vida. Me aporto su fuerza, sus ganas, sus deseos de que seamos las personas más felices del mundo y para ello nos alienta, a las tres (a mis hermanas y a mi). Desde lo económico hasta el abrazo más oportuno. Esa es mi mamá. Todo.
El hombre de la casa también hizo lo suyo. Me hizo llorar con él cuando me confesó que se le cayeron muchas lágrimas al recibir el mensajito diciendo: “Aprobó”. El mismo que se comió las uñas para no contarme y entregarme la notebook. “Pobrecita dásela”. Y el ser pensante de la casa se lo prohibió. “Se tiene que recibir primero. Le falta una. Esperá”. Para vos también es este logro.
Mis hermanitas no pueden faltar. Cada una a su manera hizo su aporte. Allí estuvieron. Una de refilón averiguando, otra a toda voz. Pero las dos dijeron presente. Un cartel con una robada egresada (“me sirve para el jardín”) y un gorrito que quedará colgado para el recuerdo.
Vos amor, que te reté por llegar tarde pero me estabas preparando la cena sorpresa, y algo más… que me acompañaste mientras recorría la casa con las hojas y apuntes abajo del brazo, que me acompañaste en esas interminables dos horas de espera para recibir el premio en diez minutos, que le diste una mano a mis papás… conociéndolos como son con las organizaciones de eventos y tu poca paciencia, igual los ayudaste. Gracias amor. Te amo!!
A mis abuelos, a los cuatro, a los cinco. La bisabuela me decía “vos quedate tranquila que sos inteligente y con esfuerzo vas a recibirte”. Abu me recibí. El esfuerzo valió la pena, desde allá arriba se que debés estar con tus faroles celestes llenos de lágrimas de felicidad como estoy yo ahora. Abus, Iris y Santiago les agradezco porque me llamaban para desearme suerte y después lo hacían para conocer el resultado. Siempre presentes.
“Andrés y Leonor te adoramos de todo corazón”, escribió mi abuela Leonor en su primera incursión en la notebook (y en un teclado). Abuelo vamos a poder festejar tus bodas de oro y mi egreso como querías. “Por 50 años más”. Por esa fuerza, ese espíritu y esas ganas de vivir que me gustaría heredar de vos. No conozco a nadie con casi 89 años y sin una arruga. A esa personita que extraño con locura, un amor tan grande que no se de donde sale pero del que no puedo (ni quiero) desprenderme. Tío Marcelino… esto también es para vos. A mi tío Fabián y a todos ustedes que dicen presente desde del sur.
A mis amigas que idearon los huevazos y a la que respetó mi cábala de enviarme un sms con la palabra “éxitossssss”. “Sin huevos no hay egreso”, se justificaron. Ahora la ropa también tiene las huellas del “si, aprobaste” final. Les agradezco por haber estado, por compartir esta felicidad conmigo. A mi amigo, que está siempre. Nunca falta.
A cada uno de los que me llamó, dejó su mensaje en el muro del face o me mandó un sms… Gra, Moni y familias. Gracias por estar, por acordarse, por estar expectantes y por sonreír conmigo.
lunes, 17 de agosto de 2009
miércoles, 24 de junio de 2009
Lo que aprendí
Por Gabriel García Márquez
En “El Universal” publiqué mis primeros trabajos periodísticos. Clemente Manuel Zabala era el jefe de redacción. Le expliqué que quería trabajar allí, y que había publicado tres cuentos. Y resultó que él los había leído. Me dijo: “Siéntate y escribe una noticia”. Después la leyó y lo tachó todo, y fue escribiéndola él entre las líneas tachadas.
En la segunda noticia volvió a repetir la misma operación. Las dos se publicaron sin firma, y yo pasé días estudiando por qué cambió cada cosa por otra, y cómo las escribió él. Después ya me fue tachando menos frases, hasta que un día ya no tachó más, y se supone que desde aquel momento yo ya era periodista Las escuelas de periodismo son importantes para saber lo que es el periodismo, pero no para saber periodismo.
Es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre producto de la inmoralidad, sino que ocurren por falta de dominio profesional.
El mal periodista piensa que su fuente es su vida misma -sobre todo si es oficial- y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente.
La mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor. La investigación no es una especialidad del oficio, sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición.
“Crónica” tuvo para mi la importancia lateral de obligarme a improvisar cuentos de emergencia para llenar espacios imprevistos en la angustia del cierre. Me sentaba a la máquina mientras linotipistas y armadores hacían lo suyo e inventaba de la nada un relato del tamaño de un hueco. Así escribí “De cómo Natanael hace una visita”, que me resolvió un problema de urgencia al amanecer, y “Ojos de perro azul” cinco semanas después.
El periodismo es un género literario mayor de edad, como la poesía, el teatro, y tantos otros.
Una buena nota es como una salchicha. Tienes que anudarla al final para después poner todo adentro y que no se te caiga nada. Será una buena nota si sabes adónde vas antes de sentarte a escribir.
Siempre hay alguien que sabe cómo sucedió todo realmente. Hasta el autor del crimen compra el diario para ver cómo salió la información.
Desde que era un niño y aún no sabía leer esperaba el diario de los domingos, por las tiras cómicas. Hoy, los periódicos ya no me parecen tan atractivos. Probablemente, nosotros hemos cambiado mucho y los periódicos no tanto.
Los diarios ganarán la batalla el día en que dejen de competir con la radio y la televisión. No hay como el detalle para hacer la diferencia. La TV tendrá las mejores imágenes, pero tu tendrás los olores y los sentimientos de lo que ocurrió.
Que el periodista esté esclavizado a la realidad no significa que tenga que escribir un texto parco y despojado de sensaciones. El objetivo es mantener la atención del lector. Cuando uno siente que corre el riesgo de aburrirse hay que dar un corte, para lo que a veces es muy útil el intertítulo. Es lo que llamo el cambio de nalgas, como cuando vemos cine.
El peor mal que puede sorprender a un diario: que no me llegue y ya no me importe.
Para mí, la computadora es una máquina de escribir mucho más simple, práctica y útil. Yo empecé con la pluma aquella de palo de madera y luego pasé por la estilográfica, la vieja máquina de escribir mecánica, la eléctrica y ahora la computadora, que no escribe las novelas por mí, sino que me permite trabajar mucho más rápido, y más descansado. Si a mí me hubieran dado la computadora hace veinte años, tendría dos veces más libros escritos.
Alguien tendría que enseñarle a los colegas jóvenes que el cassete no es un sustituto de la memoria. La grabadora oye, pero no escucha, repite pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas de su interlocutor.
Hay que cubrir más lo que hacen que lo que dicen. Tenía y sigo teniendo un prejuicio tal vez injusto contra las entrevistas, entendidas como una sesión de preguntas y respuestas donde ambas partes hacen esfuerzos por mantener una conversación reveladora. Hoy es incontable el número de entrevistas de que he sido víctima. La inmensa mayoría de las que no he podido evitar deberán considerarse como parte importante de mis obras de ficción, porque son sólo eso: fantasías sobre mi vida.
Otra cosa que me preocupa de las entrevistas es su mala reputación de mujer fácil. Cualquiera cree que puede hacer una entrevista, y por lo mismo el género se ha convertido en un matadero público donde mandan a los primerizos con cuatro preguntas y una grabadora para que sean periodistas por obra y gracia de sus tompiates. El entrevistado tratará siempre de aprovechar la oportunidad de decir lo que quiere y -lo peor de todo- bajo la responsabilidad del entrevistador. Nunca hay que descuidar la cara del entrevistado, que puede decir mucho más que su voz, y a veces todo lo contrario.
En una ocasión una reportera española me abordó en un hotel, quería una entrevista. Le dije que no, pero que nos acompañara durante el día a Mercedes y a mí: fuimos de compras, comimos juntos, y cuando regresamos al hotel tomó su grabadora y me dijo ¿ahora sí me da la entrevista? ¡Con todo el material que tenía!
El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años -siendo el peor estudiante de Derecho- empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso.
Fuente: agencia La Oreja Que Piensa (ANC-UTPBA)
En “El Universal” publiqué mis primeros trabajos periodísticos. Clemente Manuel Zabala era el jefe de redacción. Le expliqué que quería trabajar allí, y que había publicado tres cuentos. Y resultó que él los había leído. Me dijo: “Siéntate y escribe una noticia”. Después la leyó y lo tachó todo, y fue escribiéndola él entre las líneas tachadas.
En la segunda noticia volvió a repetir la misma operación. Las dos se publicaron sin firma, y yo pasé días estudiando por qué cambió cada cosa por otra, y cómo las escribió él. Después ya me fue tachando menos frases, hasta que un día ya no tachó más, y se supone que desde aquel momento yo ya era periodista Las escuelas de periodismo son importantes para saber lo que es el periodismo, pero no para saber periodismo.
Es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre producto de la inmoralidad, sino que ocurren por falta de dominio profesional.
El mal periodista piensa que su fuente es su vida misma -sobre todo si es oficial- y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente.
La mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor. La investigación no es una especialidad del oficio, sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición.
“Crónica” tuvo para mi la importancia lateral de obligarme a improvisar cuentos de emergencia para llenar espacios imprevistos en la angustia del cierre. Me sentaba a la máquina mientras linotipistas y armadores hacían lo suyo e inventaba de la nada un relato del tamaño de un hueco. Así escribí “De cómo Natanael hace una visita”, que me resolvió un problema de urgencia al amanecer, y “Ojos de perro azul” cinco semanas después.
El periodismo es un género literario mayor de edad, como la poesía, el teatro, y tantos otros.
Una buena nota es como una salchicha. Tienes que anudarla al final para después poner todo adentro y que no se te caiga nada. Será una buena nota si sabes adónde vas antes de sentarte a escribir.
Siempre hay alguien que sabe cómo sucedió todo realmente. Hasta el autor del crimen compra el diario para ver cómo salió la información.
Desde que era un niño y aún no sabía leer esperaba el diario de los domingos, por las tiras cómicas. Hoy, los periódicos ya no me parecen tan atractivos. Probablemente, nosotros hemos cambiado mucho y los periódicos no tanto.
Los diarios ganarán la batalla el día en que dejen de competir con la radio y la televisión. No hay como el detalle para hacer la diferencia. La TV tendrá las mejores imágenes, pero tu tendrás los olores y los sentimientos de lo que ocurrió.
Que el periodista esté esclavizado a la realidad no significa que tenga que escribir un texto parco y despojado de sensaciones. El objetivo es mantener la atención del lector. Cuando uno siente que corre el riesgo de aburrirse hay que dar un corte, para lo que a veces es muy útil el intertítulo. Es lo que llamo el cambio de nalgas, como cuando vemos cine.
El peor mal que puede sorprender a un diario: que no me llegue y ya no me importe.
Para mí, la computadora es una máquina de escribir mucho más simple, práctica y útil. Yo empecé con la pluma aquella de palo de madera y luego pasé por la estilográfica, la vieja máquina de escribir mecánica, la eléctrica y ahora la computadora, que no escribe las novelas por mí, sino que me permite trabajar mucho más rápido, y más descansado. Si a mí me hubieran dado la computadora hace veinte años, tendría dos veces más libros escritos.
Alguien tendría que enseñarle a los colegas jóvenes que el cassete no es un sustituto de la memoria. La grabadora oye, pero no escucha, repite pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas de su interlocutor.
Hay que cubrir más lo que hacen que lo que dicen. Tenía y sigo teniendo un prejuicio tal vez injusto contra las entrevistas, entendidas como una sesión de preguntas y respuestas donde ambas partes hacen esfuerzos por mantener una conversación reveladora. Hoy es incontable el número de entrevistas de que he sido víctima. La inmensa mayoría de las que no he podido evitar deberán considerarse como parte importante de mis obras de ficción, porque son sólo eso: fantasías sobre mi vida.
Otra cosa que me preocupa de las entrevistas es su mala reputación de mujer fácil. Cualquiera cree que puede hacer una entrevista, y por lo mismo el género se ha convertido en un matadero público donde mandan a los primerizos con cuatro preguntas y una grabadora para que sean periodistas por obra y gracia de sus tompiates. El entrevistado tratará siempre de aprovechar la oportunidad de decir lo que quiere y -lo peor de todo- bajo la responsabilidad del entrevistador. Nunca hay que descuidar la cara del entrevistado, que puede decir mucho más que su voz, y a veces todo lo contrario.
En una ocasión una reportera española me abordó en un hotel, quería una entrevista. Le dije que no, pero que nos acompañara durante el día a Mercedes y a mí: fuimos de compras, comimos juntos, y cuando regresamos al hotel tomó su grabadora y me dijo ¿ahora sí me da la entrevista? ¡Con todo el material que tenía!
El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años -siendo el peor estudiante de Derecho- empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso.
Fuente: agencia La Oreja Que Piensa (ANC-UTPBA)
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